jueves, 14 de febrero de 2013

Same same, but different


Nuevo año, nuevo país. Lo mismo pero completamente diferente.
El paso de Laos a Cambodia fue un interminable día que empezó a las 9 de la mañana subiéndome en un bus en 4000 Islas y que terminó a las 23:30 bajándome del mismo medio de transporte en Siem Reap (parón en la frontera con “incremento-porque-sí de tasas de visado” incluido).
La pareja de argentinos con los que había viajado en Tailandia habían estado recorriendo parte de Vietnam y Cambodia mientras yo hacía lo propio en Laos, y a mi llegada a Siem Reap me esperaban en su guest house, así que la búsqueda de alojamiento fue fácil. Sin embargo a la mañana siguiente me cambié de acomodación y fui donde se encontraba mi nueva compi de viaje, Charlotte, una escocesa que conocí esperando al tren nocturno que nos llevaría desde Ayuthaya a Chiang Mai (norte de Tailandia).

Cambodia tiene algo que te atrapa desde que llegas, algo natural, algo que te hace sentir cómodo… todo el mundo me lo había dicho “el tesoro de este país es su gente”. Sus sonrisas de verdad, sus miradas de curiosidad infantil, sus niños saludándote a cada paso.
El pueblo cambodiano merece mi más profundo respeto y admiración. Pese a la reciente (muy reciente) terrorífica historia de genocidio perpetrada por gente de su mismo pueblo; a un gobierno (actual) que se encuentra entre los más corruptos del mundo ó a que 2$ es el presupuesto diario para más de la mitad de la población; a los cambodianos no les faltan las ganas de sonreír y de disfrutar de todo lo que tienen o hacen.
Es el único país de los que he visitado en el sudeste asiático donde me he encontrado gente pidiendo (y en una proporción muy elevada) y, a su vez, el único también donde he visto las mayores exuberancias (hoteles y automóviles principalmente).

Siem Reap es la población donde se encuentra la perla histórica del sudeste asiático, el Parque Arqueológico de Angkor, patrimonio de la humanidad desde 1992. Una antigua ciudad con una superficie de 400 km2 y numerosos templos, cuyo grado de conservación es digno de admiración. Sin apenas dudarlo optamos por comprar la entrada de 3 días, puesto que dedicarle sólo 1 nos pareció evidentemente escaso. El primer día lo hicimos en bicicleta y lo dedicamos a los templos más cercanos (aún así pedaleamos más de 20km); el segundo día contratamos un tuk-tuk y aprovechamos para visitar la zona más alejada; y el último día lo dedicamos exclusivamente al famoso templo que da nombre a todo este Parque, Angkor Wat. 












Pero sin duda, después de los templos, lo más característico de esta ciudad son sus vendedores. Decenas de ellos se acercan a ti en cada parada con la intención de que les compres algo, da igual si les dices que ya lo tienes, la contestación más inminente será “same same but different”. Otra de las particularidades de estos vendedores es su edad, mayoritariamente se trata de niños y niñas de no más de 7-8 años que, en cuanto saben tu procedencia, te regalan los oídos con alguna frase en tu idioma materno… si ya es sorprendente la manera en la que se desenvuelven con el inglés, cuando me hablaban en castellano y me decían que lo aprendían de los turistas, mi asombro se entremezclaba con la tristeza de ver cómo su capacidad no podía ser desarrollada dentro de un aula.
Conocimos a un vendedor de 27 años que, sin ánimo de querer ejercer su profesión, nos habló de su vida, sus sueños y de la realidad que él conocía de su país, una realidad marcada por fuertes diferencias sociales y cierto temor a las autoridades. 


Tras Siem Reap, el siguiente punto a visitar fue la población de Battambang. Una ciudad poco transitada por turistas, muy barata, con curiosas actividades y buena comida. Un punto muy interesante de este lugar es el elevado número de cafés y restaurantes que ofrecen ayuda a niños iniciándoles en la profesión hostelera y/o enseñándoles inglés (lugares generalmente gestionados por occidentales).
A parte de esto, en los alrededores existe una pequeña “línea ferroviaria” de unos 10km que se recorre en un tren de bambú… entiéndase por tren una plataforma de bambú con 2 pares de ruedas y un pequeño motor.


La vía es de doble dirección, de tal forma que si te encuentras otra plataforma en sentido opuesto, aquella que vaya menos cargada debe desmontarse y apartarse de la vía para permitir el paso a la otra. Os aseguro que la sensación no tiene nada que envidiar a la que se experimenta cuando te montas en cualquier loopingde feria. 


 Cuando el viaje en tren llegó a su fin nos fuimos a buscar una cueva. ¿Qué tenía de especial? Pues os puedo dar 2 billones de razones, tantas como murciélagos alberga la misma. Es absolutamente increíble contemplar la salida de todos ellos cuando cae el sol y verlos desde la carretera cual plaga extendiéndose por el mundo.



La capital del país fue nuestra siguiente parada. Phnom Penh impacta, a mi me impactó. No es sólo por el hecho de que se puedan descubrir los mayores contrastes sociales ó la venta del sexo fácilmente, también es porque aquí se encuentran las pruebas de lo que los cambodianos sufrieron hace poco más de 30 años con el régimen de los Khmers Rouges. Los “Killing Fields” y el “S-21” (museo del genocidio) dan buena cuenta de la barbarie que vivió este país entre 1975 y 1979, cuya consecuencia fue la muerte de un tercio de la población. Dos visitas muy duras pero imprescindibles, que confieren ese gran valor al pueblo cambodiano.

Fosa común hallada con más de 100 cuerpos de mujeres y niños
Árbol contra el que asesinaban bebés
Los "aposentos" de los arrestados
Las normas
Del movimiento de la gran ciudad pasamos a la tranquilidad de Kampot, un pueblito cercano a la costa donde el tiempo se empleaba en pasear (andando o en bici), comer, beber y comprar toda la artesanía que sea de tu gusto. 

 
Y llegó el momento del calorcito junto a la playa. Sihanoukville es la ciudad costera por excelencia de Cambodia, esto significa también que su playa principal está tan masificada como cualquier otra de Thailand, asi que nosotros decidimos alejarnos unos kilómetros y disfrutar de algo más de calma. 

Otress Beach

En esta playa conocimos a Jim, en cambodiano encantador que se dedicaba a vender excursiones por las islas de alrededor. Su historia no distaba mucho de la tónica general: muchas (demasiadas) horas de trabajo por apenas 70$; sus peculiaridades eran 10 hermanos que no tenían trabajo y una madre enferma, él alimentaba a todos como podía y era feliz por ello. Su madre estaba mejor gracias a un turista alemán que le había pagado el acceso a la sanidad, puesto que para ellos esa opción implicaba no comer durante un mes… ¿Qué tipo de crisis es esta?

Lo menos que podíamos hacer por Jim era comprar nuestro paso a las islas a través suyo, ni siquiera pudo cenar con nosotros un día porque le implicaba perder horas de trabajo y, por tanto, posibles ingresos.
La isla elegida fue la paradisíaca Koh Rong Samloem. Una perlita cambodiana apenas desarrollada que acababa de conseguir electricidad (aunque no tenía por qué funcionar siempre). Es de imaginar que todo lo que podías hacer allí era comer, beber, dormir, ir a la playa y poco más… un drama vamos. 




En la isla conocimos a Kate y Ben, una inglesa afincada en Sydney y un australiano con los que compartir la experiencia y que, una vez que volvimos a la costa, se unieron a mi última parada, la isla tailandesa de Koh Chang. Fiesta, playa, compras, moto y diving estuvieron presentes a lo largo de mis últimos 6 días por esta parte del mundo.

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