lunes, 6 de agosto de 2012

3400km y 23 días después (II)


Aviso para navegantes: usted se dispone a leer una historia de este servidor anormalmente más extensa de lo habitual, por lo que si carece del tiempo necesario para su disfrute, se aconseja dividirse el trabajo en varias jornadas.

Muchas cosas han pasado desde que escribí mi última entrada, y varias las ocasiones en las que he cambiado el inicio de este post por irse dilatando cada vez más en el tiempo, pero aunque el intermedio ha sido más largo de lo que me hubiera gustado, retomo el viaje donde lo dejé: entrando en Queensland.
Viniendo del sur, lo primero que te encuentras al cruzar este estado es la famosísima Gold Coast, obviamente las playas deben de ser increíbles, y digo “deben” porque decidimos no parar en las mismas. Pese a que llevábamos recomendada la de Surfers Paradise (sí, el nombre es muy tentador), nos negamos en rotundo a dedicarle tiempo a lo que contemplaban nuestros ojos desde la carretera. Cuando estuvimos en Byron Bay conocimos a una lugareña que, al saber de nuestros próximos planes, nos recomendó no parar en lo que ella misma definió como Torremolinos… y razón no le faltó a la buena mujer. Aquel despliegue de edificios y hoteles al más puro estilo Costa Masificada hizo que el pie se hundiera en el pedal del acelerador en lugar de en el freno.
Asi que llegamos a Brisbane… que no tiene playa, que es una ciudad grande, que hay que pagar por aparcar… ¿¿Dónde dormimos??  Y aquí es donde descubrimos lo importante que es un buen “parents room”. El único lugar al que podíamos acceder de manera gratuita, cercana a la ciudad y con ciertas comodidades era un área de servicio. La elegida disponía de un Hungry Jacks (nuestro Burguer King) con conexión a Internet, gasolinera con supermercado y un parque con fuente y barbacoa (of course)… vamos, casi full equipe! pero resultó no tener duchas (todo un drama para Marta) asi que nos fuimos a explorar el centro comercial aledaño que, a falta de duchas, poseía una estupenda sala para que los padres cambiaran pañales, dieran biberones, o incluso bañaran a sus retoños en una bañera-pileta muy apañá… tanto es así, que Marta decidió que si un bebé podía bañarse, ella también… Yo me perdí la cara que puso la madre que entró con su bebé al ver a una chica medio desnuda en el pulcro lugar donde iba a dar de comer a su inocente criatura. Claro que ella, la mamá, tampoco se percató de que abriendo la puerta que tenía delante se encontraba un servidor haciendo lo posible por asearse… Vida nómada.
Una vez confirmadas las excelentes instalaciones públicas de que disponía este centro comercial, disfrutamos de la conexión wi-fi gratuita del Jacks y dejamos que Josefa nos acercara a Morfeo una noche más.

Brisbane fue la etapa del siguiente día. Una ciudad correcta, con inquietudes culturales y con un diseño tan acertado como copiado de la que, para mi, es LA CIUDAD australiana, Melbourne.
Decidimos dedicarle tan solo unas horas a esta ciudad, y aquí os dejo las impresiones fotográficas de la misma: 






Tras la decepción sufrida con la Gold Coast, nos dirigimos con cierto recelo a lo que se conoce como Sunshine Coast, que abarca desde Brisbane hasta la costa de la famosa Fraser Island. Pese a que es algo menos turístico que su antecesora, la sensación de zona vacacional fue similar. Sin embargo aquí encontramos nuestro particular oasis en mitad del desierto, la joya que justificó la estancia en la zona y a la que llegamos por casualidad, Currimundi. Se trata de un lago de agua salada que conecta con el mar y que juega con las profundidades de la arena, convirtiéndose así en un punto de recreo para muchas familias (no podía ser perfecto). Una gran playa, unas increíbles puestas de sol y una agradable familia encabezada por exmochileros que regalaron carne y vino a nuestros parcos paladares, hicieron de este rincón un lugar más que habitable para nosotros: 





Currimundi dejó el listón alto, tanto que lo siguiente que merece mención en este relato es una inmensa playa que encontramos a los pies de la citada Fraser Island. Rainbow Beach es uno de esos sitios en los que te parece entrar en conexión con el mundo, con el mar, con el aire, con la naturaleza… buenrollismo en el ambiente. 





Llegados a este punto teníamos que decidir si visitaríamos Fraser, la isla de arena más grande del mundo, nombrada Parque Nacional y Patrimonio de la Humanidad en 1992. Para sorpresa de muchos de vosotros la balanza se inclinó hacia el no, las razones vinieron marcadas fundamentalmente por las variables dinero y meteorología. Fue una decisión complicada pero meditada y acertada.

Conforme nos ibamos acercando a la zona tropical del pais, el buen tiempo dejó de ser nuestro compañero de viaje. Intensas lluvias comenzaron a ser parte del día a día, con lo que los planes de viaje se iban improvisando. El Cape Hillsborough National Park fue uno de esos planes que nos encontramos casi por casualidad y resultó ser uno de los mejores sitios que visitamos. Reunía todo lo necesario para pasar una o varias jornadas, esto es, naturaleza en estado puro (animales y accidentes geográficos varios), posibilidad de camping, barbacoas, agua potable y playa (por si el tiempo quería ser benevolente con los pobres viajeros). Como esto último no ocurrió, fuimos compensados viendo, ¡finalmente!, canguros en su habitat natural 




Me fascinó este pájaro-pato que responde al nombre de Kookaburra





La siguiente parada fue Airlie Beach, una población con mucha actividad, una importante vida nocturna y un cuerpo de policía bastante desagradable a la hora de pedirte que cambies de sitio para dormir. Como además el tiempo seguía sin estar de nuestro lado, bastante frustrados, decidimos irnos al día siguiente.
“OK” le dije a Marta, “el plan es que vamos bordeando la costa (en la medida en que se deje) y cuando el astro sol haga acto de presencia nos paramos”. Y el plan resultó bastante adecuado, ya que terminamos en Queen Beach, una tranquila y amplia playa sita en el pueblito de Bowen. Bienvenidas las improvisaciones. 


Y la Playa de la Reina fue la última en la que pudimos disfrutar de un bañito con rayos de sol. A medida que nos ibamos adentrando en la zona tropical, la temperatura subia pero el sol quedaba escondido, asi que a pocos kilómetros de Cairns decidimos ir a visitar una zona de varios pueblos que conformaban una interesante ruta natural, el Danbulla State Forest. La primera parada fue bien, pudimos contemplar un gigantesco árbol con medio siglo de vida llamado Cathedral Fig Tree en el que, al acercarse a su inmensa base y mirar hacia arriba, tienes la sensación de estar en Pandora y de que en cualquier momento te vas a encontrar con tu propio avatar. 




De vuelta en Josefa nos dispusimos a continuar la ruta del bosque cuando de repente algo hizo que tuviéramos que darnos media vuelta y, una vez más, cambiar de planes: 

¡Media vuelta!
 
Y llegamos a Cairns! Nuestro destino final en la Costa Este! Cairns es bastante turístico pero nos transmitió algo más de personalidad que las poblaciones visitadas con anterioridad. En mi opinión lo más bonito de la costa este australiana se encuentra desde Hervey Bay hasta aqui (puntualizaciones a parte).
Cairns podría ser característico por su clima tropical, por la importante presencia de aborígenes en sus calles (prácticamente inexistentes en el resto de la costa este), por la pedazo de piscina pública (GRATUÍTA) que posee en medio del paseo marítimo, incluso por la increíble anatomía de sus lugareños y el culto al cuerpo que se presencia; sin embargo por todos es sabido que su popularidad le viene gracias a su cercanía a la famosa Gran Barrera de Coral. Ésta le otorga una importante vida a la población, así como numerosas oportunidades laborales. Como no podía ser de otra forma, y después de haber ido midiendo durante el viaje cada dólar australiano, la rubia y yo quisimos ser parte del inmenso grupo de “buzo-turistas”.
Ya he comentado antes que el tiempo dejó de ser amable con nosotros desde hacía varias jornadas, y siguió en la misma línea. Nuestro día de debut fue gris y con algo de lluvia (aunque también he de decir que fue el mejor de la semana) y esta variable hizo que la Gran Barrera no me pareciera tan grandiosa… Cierto es que la cantidad de vida marina que se puede apreciar es considerable, y que tuve la suerte de ver tortugas y hasta un tiburón (de lejos eh!) pero ya se sabe que muchas veces la fama genera expectativas muy elevadas y, en este caso, y siempre a mi parecer, no termina de ajustarse a la realidad. En cualquier caso lo más probable es que haya sitios bastante mejores a lo largo de la Gran Barrera que aquel en el que estuvimos, donde se podía apreciar el poco respeto que se practicaba hacia tal ecosistema (también puede llamarse explotación turística). 


Otra cosa no, pero en este pais normas no faltan







Y nos vamos de Cairns… no, no fue tan fácil. Primero porque a unas 12h de coger el vuelo que nos llevaría a Melbourne, Josefa de Oz decidió quedarse sin batería sin motivo aparente (y por 2ª vez), y segundo porque nunca pudimos coger ese vuelo… El primer imprevisto lo salvamos con una llamada a nuestra asistencia en carretera y yéndonos a dormir esa noche a la misma puerta de donde teníamos que devolver a Josefa a la mañana siguiente (un gran acierto ya que esa noche llovió lo mismo que en todo Madrid en un año… sin palabras). Lo del vuelo… básicamente no me dejaron volar porque los datos de la reserva no coincidían con los del pasaporte, asi que nos invitaron a pasar 24h en el aeropuerto y a pagar un cambio de nombre… vamos, un billete nuevo prácticamente.

Infortunios a parte llegamos a lo que, para mi, fue la gran sorpresa del viaje. Melbourne me dejó el mejor sabor de boca que podría haber pensado para tierras aussies. Perdiéndose por las calles y los cafés de la hermana joven y bohemia de la señorial Sydney, se respira vida, arte, cultura, cosmopolitismo… y es lo relativo al segundo término lo que más me enganchó. Sólo hay que decir que la ciudad dispone de un estudio de arte centrado en los niños, dedicado a que éstos tomen contacto con el mundo de la creatividad desde pequeñitos y conozcan diferentes formas de expresarla. Todo un lujo.
No es una ciudad en la que haya un monumento o icono representativo que tengas que visitar. Se trata de uno de esos sitios en los que tienes que empaparte de su vida, tratar de ser parte de ella, pasearla, admirarla, beberla, comerla. 




¡Me pillaron!




¿Vamos a la uni?






Además tuvimos la gran suerte de alojarnos en casa de un francés que yo había conocido en Auckland y que muy amablemente nos acogió junto al resto de sus flatmates (2 de ellas españolas). Gracias chic@s! Esta compensación económica nos animó a alquilar un coche e irnos a recorrer la afamada Great Ocean Road y visitar los llamados 12 Apóstoles. En esta ocasión la fama era bien merecida, una carretera que serpenteaba por impactantes paisajes de costa y montaña, y unas formaciones rocosas a pie del mar que me dejaron sin palabras para describir tal belleza, incluso sin gozar de las mejores condiciones meteorológicas. 



Habitantes de la zona

12 Apóstoles

12 Apóstoles
Pensareis que lo de 12 Apóstoles es porque hay 12 rocas en el mar... y si no lo habeis hecho ya os digo que yo sí (y que sois raros), pero no, no hay 12 rocas, sólo se distinguen 7, aunque parece ser que pueden llegar a verse 8 ó incluso 9 (creemos que esto lo dicen para hacerse los interesantes...). Este fotografiadísmo enclave originalmente tenía otro nombre, muy peculiar, Sow and Piglets, que viene a traducirse como "Puerca y cochinillos"... sin palabras... no me digáis por qué pero este nombre parece ser que no tenía tirón y alguien en los 60's (no se sabe quien) opinó que habia que bautizarles con un nombre más venerable para que fuera más popular. Inicialmente se conoció como Los Apóstoles y, más tarde, se le añadió el número para terminar de hacerlo turísticamente llamativo.

El viaje iba tocando a su fin y, cuando menos lo esperábamos, Melbourne nos despidió con un gran espectáculo, el encanto de su noche y los fuegos (reales, que no artificiales) que se encienden cada noche a lo largo de la rivera del río que cruza esta ciudad, símbolo del poderío que también posee el estado de Victoria.