Trece meses. Hoy hace 13 meses que puse los pies en Nueva
Zelanda por primera vez.
Como pasa el tiempo...
Trece meses muy diferentes, con mucha historia, con muchas
sensaciones, diferentes emociones, estados de ánimo, gentes, lugares,
ilusiones. Trece meses en los que sientes cómo te abres al mundo y el mundo se
abre a ti. Trece meses para conocerte mejor, para descubrirte un poco más.
Supongo que llegado a este punto es obligatorio hacer un
balance de mi estancia por las antípodas españolas. El resultado es, sin lugar
a dudas, muy positivo.
Si bien el objetivo principal del viaje era, a partes
iguales, personal y profesional, la primera ha eclipsado a la segunda. Y me
gusta.
Mucho ha cambiado la historia desde mi llegada a este país.
Las ideas iniciales han cambiado tanto como el tiempo lo hace en 24h en
Auckland. De la expectación a la incomprensión. De la incomprensión a la
añoranza. De la añoranza a la tristeza. De la tristeza a la fuerza. De la
fuerza a la consciencia y de ésta a la complacencia.
Tal y como me habían prevenido, el comienzo no fue sencillo.
Es justo decir que Nueva Zelanda es un país fácil, con pocas trabas, gente
afable y siempre dispuesta a ayudarte y una atmósfera de calma que envuelve todo
y promueve el “relax and take it easy”,
hito absoluto del país. Aún así nadie está exento de la nostalgia inicial de
aquello y aquellos que dejó atrás.
Como ocurre generalmente, el tiempo es el mejor aliado para
la adaptación. Y al tiempo se le une un factor muy importante, la gente.
La mayor de las ventajas de conocer gente en situaciones
como esta, es que esa gente está tan abierta como tú a todo aquello que pueda
venir. Gente sin prejuicios en cuya mochila no viaja la palabra estereotipo.
Gente que lo da todo y no espera nada, sólo tu bienestar.
La lista de aquellos
que han facilitado mi bienestar neozelandés es, afortunadamente, importante;
quizá no tanto por el número como por la calidad de lo ofrecido.
Gracias Marce y Nico por la inmensa ayuda que me habéis regalado
desde que puse los pies en Frienz. Y a ti Marce por esa sonrisa incansable que
nunca desaparece de tu rostro y que espero que nunca lo haga.
Gracias Gerar y Vir por abrirme la puerta de vuestras vidas
y compartirlo todo. Fuisteis un inmejorable flotador cuando las fuerzas
flaqueaban.
Gracias tocayo por ser cómo eres, porque brillas por fuera
pero más aún por dentro. Porque con un sushi enganchas y con un café enamoras.
Te voy a extrañar muchísimo.
Gracias a mi cleaner-family:
Dayi, Bea, Miguel, Marta, Nuria y Nerea por haber vivido tanto juntos. Y los
últimos miembros: Lee, Nimco, Norma, Jesús, Meri, Guille, Hernán, JP… sois unos
grandes.
Gracias a todos los que habéis compartido esta experiencia
conmigo, porque me llevo un poquito de cada uno de vosotros y de todos he
aprendido algo.
Aprender. Supongo que de eso se trata en la vida, de
aprender lo más posible para enriquecerse.
Y hablando de aprender… “¿y el inglés?”, preguntareis alguno.
Este era, por supuesto, el objetivo con cierto carácter profesional.
Nueva Zelanda se perfilaba como un país remoto, libre de las
garras españolas… pero somos muchos los hispanohablantes, e ínfimas las
oportunidades que nos ofrecen en la madre patria. Así pues, aunque me voy con
los deberes hechos, no puedo evitar pensar que podría haber aprovechado más el
tiempo. Siempre se le puede dar una vuelta más a la tuerca.
Más de un año viviendo una experiencia de vida que nunca
olvidaré y que rompe esquemas estáticos nunca cuestionados para construir otros
flexibles de naturaleza más humana.
Hace 13 meses decidí empezar a compartir esta aventura con
todos vosotros a través de este ciberhuequito.
Hoy esta aventura termina, pero como esta vida engancha, otra comienza. Desconozco
la duración de lo que se avecina, pero creo que voy bien preparado: ilusión,
ganas, buena compañía y dos pequeñas mochilas. Promete.